domingo, 11 de diciembre de 2011

TERCER DÍA DE TREKKING: Muktinath (Jarkot) - Lupra / 23-08-2011

Llegamos al ecuador del trekking. La jornada amanecía con mayor visibilidad que los días anteriores. La nubosidad monzónica nos daba una tregua y ya podíamos ver picos nevados. Eran las seis de la mañana y nuestro objetivo era llegar a Marpha, destino que alcanzamos dos días después.





Durante el día anterior, con las copitas de vino local, habíamos estado debatiendo el trayecto que haríamos al día siguiente. Los dos primeros días de subida los teníamos que bajar en esa misma jornada. Eso no significaba que la caminata fuese excesiva sino que tardamos dos días en subir de manera concienzuda para evitar el tan temido mal de altura. 

Cuando estuvimos en Pokhara compramos un mapa, a importante escala, del trekking que estábamos realizando y vimos que había un camino alternativo para hacer esta bajada. Por ese sendero no tendríamos que volver por los mismos paisajes que habíamos hecho los días anteriores y así podríamos dar rienda suelta a la aventura y experimentar nuevas vistas. Joserra se oponía. Debíamos cruzar el río en un par de ocasiones, según el mapa, y el primer día de trekking ya vimos que con el monzón iba muy avivado. Además tampoco sabíamos si existían puentes. Aun así decidimos aventurarnos y empezamos la caminata por el camino alternativo. Teníamos ante nosotros la jornada con las mejores vistas y con las vivencias más intensas.



Vivíamos unos días de enorme felicidad. Estábamos en el Himalaya y éramos conscientes, porque así nos lo hacíamos recordar cada día, que este viaje jamás lo olvidaríamos. Estábamos ascendiendo la cordillera que acerca el cielo al ser humano. Los pueblos de la montaña que tanto nos estaban enseñando. En definitiva, estábamos viviendo experiencias únicas en un marco inigualable.

Pero la felicidad, como siempre, estaba llena de pequeños cortocircuitos. Al enfrentarnos a un camino secundario las indicaciones y el propio sendero no estaban bien marcados. En cuanto salimos dudamos entre varios caminos, pero aún había gente alrededor a quien preguntar. Sin embargo a los 15 minutos ya no había nadie y tomamos el camino equivocado. 

Empezamos a cruzar el río con el consecuente protocolo: me quito zapatos, me remango, me los cuelgo al cuello, cruzo, me limpio los pies de barro, me pongo calcetines, zapatos, etc. 


Ese pequeño inconveniente no era más que una simple anécdota. Lo peor estaba aún por llegar. Tras pasar por ese riachuelo iniciamos la caminata por caminos embarrados por las lluvias monzónicas, a lo que habría que sumar los campos de arrozales. ¡Una odisea traspasar aquello! ¡Parecían arenas movedizas! Un simple paso hundía las botas casi hasta las rodillas y cuando querías salir parecías atrapado. Joserra se cayó. Y los barrizales parecían no terminar. Finalmente, tras una hora de verdadera angustia conseguimos llegar a una zona más seca. El problema estaba claro. Nos habíamos perdido y no sabíamos cómo seguir el camino. Además llevábamos unas tres horas andando y seguíamos muy cerca del pueblo donde habíamos pasado la noche. 



David decidió armarse de valor e iniciar una desesperante subida por si desde lo más alto podía vislumbrar algún sendero que estuviese marcado. Mientras, el resto esperábamos abajo impacientes. El nerviosismo provocó alguna pequeña disputa y algún que otro chillido. David de repente desapareció de nuestra vista. Comenzamos a chillar, pero no contestaba. Empezamos a asustarnos y a increparnos unos a otros. Debíamos volver por donde habíamos venido, aunque tuviéramos que pasar nuevamente por las 'arenas movedizas'. 

De repente David volvió a aparecer a nuestras vistas. Había encontrado un cabrero que le indicaba que el camino a Lupra era por donde él estaba andando. Teníamos que subir. Nos acababa de salvar, David y el cabrero, de volver sobre nuestros pasos. (La pequeña figura a lo alto de la montaña en la imagen era David).


El resto conseguimos subir. Allí seguía el cabrero charlando con David. Nuevamente nos indicó y decidimos continuar la marcha. Habíamos perdido demasiado tiempo.






Nuestro objetivo se encontraba a 3.700 metros de altura. Sabíamos que a partir de ahí el recorrido sería de bajada hasta Lupra. Nuestro destino estaba más cerca, pero ese día aprendimos que lo que para un cabrero del Himalaya se hace en una hora, para nosotros se hace en cuatro.


Al llegar a lo más alto vivimos un momento de euforia. Lo habíamos conseguido. Estábamos a 3.700 metros de altura y pese a todos los inconvenientes del día lo habíamos logrado. De todos modos no quisimos perder demasiado tiempo y pronto afrontamos el empinado descenso hacia Lupra. Las rodillas se resentían, pero la confianza en llegar pronto nos animaba. Ya veíamos el río a lo lejos. Y pronto vimos un caserón en pleno Himalaya.

"No way! No way!", nos gritaban insistentemente desde el caserón. Nosotros nos dirigíamos hacia el río para atravesarlo, pero comenzamos a dudar. ¿Querían decirnos que por ahí no era el camino correcto? Como ya habíamos andado demasiado en vano ese día decidimos acercarnos al caserón y preguntar. Más valía desviarnos un poco que andar en vano. Al llegar, un hombre mayor nos pidió unas 800 rupias por llevarnos a Lupra. Según este hombre el río no se podía atravesar y solo podríamos llegar a Lupra bordeando las montañas, algo que por nosotros mismos jamás podríamos conseguir.

Así fue como pronto comenzamos nuevamente a discrepar. Ángela y Joserra querían evitar problemas e irnos con él, pero David y yo pensábamos que nos estaba tomando el pelo porque apenas 30 minutos antes, un par de cabreros jóvenes nos habían indicado que podíamos cruzar el río perfectamente ayudándonos de los palos.

Finalmente decidimos obviar al hombre mayor y seguir nuestro camino. Afrontábamos otra bajada imponente, pero nuestro destino estaba ya muy cerca.


Ahí empezó nuestro verdadero calvario. El caudal del río hacía imposible cruzarlo. Podíamos hacerlo, pero nos arriesgábamos a caer por la fuerza del agua y que las consecuencias fueran terribles. Solo había dos opciones. O jugarnos la vida cruzando o volver al caserón y pagarle al anciano las 800 rupias para que nos llevara a Lupra. Investigamos los márgenes del río. Pero no había muchas posibilidades. El agobio iba en aumento y los reproches también. David y Joserra, intentando buscar alternativas, se metieron en el lodo a más allá de las rodillas. No podían salir porque a cada impulso se enterraban más. Ahí fue cuando decidimos volver. No podíamos seguir jugando a ser Indiana Jones cuando nuestras experiencias por las montañas se resumían a mirarlas a través de una chimenea en casas de campo rurales de España.

La vuelta fue desesperante. No teníamos agua. Empezaba a anochecer y las fuerzas eran inexistentes. El propio cansancio hacía que no pudiéramos responder de nuestro cuerpo y, en ocasiones, nos "asomábamos" demasiado a la ladera. No podíamos controlar el cuerpo. Llevábamos 10 horas andando sin parar por el Himalaya sin ni siquiera haber parado a comer. Joserra tenía los labios blancos. Un claro síntoma de deshidratación. Pese a ello, sacó fuerzas de flaqueza y dirigió al grupo hasta el caserío. 

"Help! Please help!", gritaba incesantemente. Pero allí no había nadie. El agobio hizo asomar algunas lágrimas.  La desesperanza se había adueñado de nosotros. Se hacía de noche y no podíamos retroceder. Era impensable andar otras 10 horas consecutivas y más con la noche encima. Cruzar el río tampoco era una opción. Y nadie aparecía ya por las montañas. El resto seguíamos subiendo esperando que Joserra nos diese alguna buena noticia. Pero esta no llegaba.

De repente escuchamos. "Allí hay alguien. HEEEEEEELPPPPP!!!!", gritó Joserra desesperadamente. Eso nos dio fuerzas para terminar el ascenso. El hombre mayor acompañado por dos jóvenes y un cabrero estaban dentro de la casa y salían con nuestros chillidos. Se acercaron de inmediato porque al llegar a la casa los cuatro nos tiramos al suelo. ¡¡¡NO PODÍAMOS MÁS!!! Nos dieron una botella de agua enseguida. No nos importó ni chupar de ella después de haber tenido mil cuidados hasta con el agua embotellada. En esta ocasión era señal de supervivencia. Uno de los cabreros se ofreció a llevarnos rodeando las montañas, tal y como el hombre mayor nos dijo. Teníamos que emprender el viaje pronto. La noche caía y estábamos aún a dos horas. Volvimos a beber e iniciamos el viaje. Ya relajados. Habíamos encontrado un salvador en las montañas. Desde ese momento sabíamos que ese hombre nos estaba salvando la vida. Teníamos mucho que agradecerle.





Junto a nuestro amigo nepalí pasamos por zonas nada turísticas, repletas de belleza y con multitud de fósiles. Este chico caminaría dos horas para dejarnos en Lupra y entonces retornar por el mismo camino otras dos horas, recoger sus cabras y volver a su pueblo, a tres horas de allí. Y pese a ello lo hizo por nosotros. Sin pedirnos nada a cambio. Este hombre nos demostró cuánto teníamos que aprender de ellos. Su humildad, nobleza y generosidad nos llevó a un camino de dos horas en el que nos cuestionamos nuestra forma de vida. El mundo occidental está inmerso en una burbuja egoísta y narcisista en la que no vemos más allá de nuestros ridículos problemas, en la mayoría de ocasiones. Una cura de  humildad fue lo que supuso esa jornada para nosotros.



A la llegada a Lupra nos dirigió directamente al único lodge existente en esa pequeña aldea. Además se encontraba cerrado porque lo estaban preparando para la temporada alta, ya que era de reciente construcción. Nosotros lo estrenamos. 

A la noche era todo tan lúgrube, que después de esa triste jornada decidimos pasar la noche en una misma habitación charlando de todo lo acontecido. La imagen era desoladora. Ratas pululando por fuera de la habitación y unas camas  un tanto tétricas. No teníamos más remedio que dormir allí. Pese a todo nos supo a gloria. Habíamos conseguido llegar. Exhaustos, llenos de barro, hambrientos y con una sed terrible, pero llegamos. Ahora solo tocaba descansar.


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