miércoles, 14 de marzo de 2012

SEXTO DÍA DE TREKKING. Tatopani-Pokhara. 26/08/2011

El sexto día de trekking no tenía ya nada de ruta. Era el día en que debíamos tomar un taxi hacia Nayapul y de ahí cambiar de transporte hasta Pokhara, lugar de partida y llegada de todos los trekkings de la región del Annapurna. En esta ocasión madrugamos, pero no sabíamos seguro dónde tomaríamos el taxi hacia Nayapul.

Bajamos de inmediato a la única carretera del pueblo. Allí nos encontramos nuevamente a nuestras amigas rusas, con la que ya habíamos coincidido en varios sitios durante nuestra travesía. Pero ellas estaban tan perdidas como nosotros. De repente vimos aparcado el taxi con el que habíamos llegado el día anterior: "Y con el que nos habían timado", pensamos todos al unísono. La actitud chulesca del chico que gestionaba el taxi nuevamente nos frustró. El día anterior jugó con la baza de ser el único en la zona, y nuevamente tenía la sartén por el mango.  El chico vestía unos levis, se cepillaba los dientes ante nosotros y gestionaba unos taxis que él nunca conducía. En definitiva, un nepalí para nada al uso.

El taxi lo cogimos finalmente junto a las chicas rusas. Los seis iniciamos el trayecto, de apenas un par de horas, en el que se iban sumando personas de la zona que recorrían distancias más pequeñas. Bien porque se trasladan entre poblados para hacer la compra o ... ¡Vete a saber! El caso es que partimos pensamos que contratábamos un taxi para los seis, y terminó siendo un autobús en el que iban subiendo y bajando personas sin cesar.

La llegada a Nayapul fue prácticamente el fin del Himalaya. Ya pisábamos un suelo más urbano, aunque tampoco la diferencia era excesiva. Al menos la plaza principal estaba repleta de autobuses y taxistas que se agolparon ante nosotros, presionándonos para que contratáramos sus servicios para llegar a Pokkara. En este caso la diferencia entre los autobuses y los taxis era de apenas un par de euros por persona. A esas alturas del viaje, y del trekking, no íbamos a ponernos ratas así que decidimos tomarnos un descanso para refrescarnos y pronto negociamos un taxi para alcanzar Pokkara (20 euros). Por cierto, un detalle curioso. Las botellas de refresco las sirven con pajita a modo de higiene.

El trayecto en taxi fue de unas 4 horas, donde nuestro taxista nos deleitó con canciones de Enrique Iglesias. La senda, sobretodo al inicio, era bastante estrecha y se encontraba embarrada al máximo como consecuencia de las lluvias torrenciales que trae el monzón. Incluso en una ocasión nos vimos obligados a bajarnos del coche para ayudar a un autobús a pasar por intransitables caminos.


Al llegar a Pokkara fuimos a darnos una ducha y directos a tomarnos unas copas a nuestro inolvidable Busy Bee. Aunque el cansancio hizo pronto mella en nosotros. Cenamos en seguida y nos fuimos a descansar.



sábado, 28 de enero de 2012

QUINTO DÍA DE TREKKING. Larjung - Tatopani. 25/08/2011

Sonó el despertador. Eran las seis de la mañana. El cansancio era mayor del que nunca habíamos imaginado. Las largas horas de caminata acumuladas, sumadas al estrés de los últimos días y a las heridas que comenzábamos a tener en los pies hacían de esta jornada una de las más duras tanto física, como sobretodo, psicológicamente. Solo pensar que teníamos ante nosotros más de 35 kilómetros suponía un auténtico reto  así que decidimos comenzar la marcha sin más demora y omitiendo el desayuno.


El día había amanecido nublado. Sin embargo las nubes daban un toque tenebroso a las vistas, lo que sumaba un mayor exotismo a la jornada. Los primeros kilómetros transcurrieron por amplias veredas que hacían la caminata agradable. Charlábamos animosamente y bromeábamos con la ausencia de relajación en estas vacaciones. Eso sí, todos nosotros sabíamos que a pesar del cansancio y de las quejas, ninguno cambiaría esas vacaciones por una estancia en cualquier resort caribeño.







Esta etapa tenía una humedad importante. El sudor hacía que nuestras camisetas funcionasen como una capa más de nuestras piel. Pegajosas y nada transpirables. Aunque el principal inconveniente no era ese, sino la aparición de las tan temidas sanguijuelas. En Pokkara habíamos comprado las polainas y a través de ebay nos habíamos hecho con un líquido infalible contra esas larvas asquerosas. De vez en cuando nos íbamos revisando e incluso repasábamos que las polainas estuvieran bien colocadas. Los caminos se iban estrechando y los matojos y hierbajos eran enormes y, en ocasiones, casi intransitables debido a las lluvias monzónicas. 



Pasaban las horas y seguíamos andando. Atravesábamos paisajes maravillosos y pueblos encantadores donde no había nepalí que te negara el saludo. Nos miraban como a extraños. Y cuando veían las cámaras les gustaba posar para nosotros. Aunque también había críos muy bien aleccionados. Bajo el susurro de "sweets" o bajo la pose inocente de la mano te hacían mil carantoñas esperando su recompensa. Se te hace duro no ofrecer nada, de hecho en ocasiones caímos en sus redes, a pesar de que nos habían advertido de que no les diésemos nada. ¿Por qué? En el caso de los caramelos estaba claro. La higiene dental en Nepal es inexistente y si los extranjeros vamos ofreciendo a los más jóvenes las tan ansiadas 'chuches' podría supone un aumento en las posibilidades de contraer caries. Puede parecer una tontería, pero tiene un trasfondo real y verdaderamente peligroso. Las asistencias sanitarias son nulas en Nepal y si bien en España una simple caries es un asunto nimio, en Nepal puede ocasionar verdaderos problemas.

En el caso de ofrecer monedas que para nosotros son insignificantes era otro de los problemas. Para conseguir un verdadero desarrollo del país hay que evitar por todos los medios potenciar la mendicidad. Esos críos son enviados por sus progenitores quienes ven más rentable mandar a sus hijos a pedir dinero a los extranjeros antes que enviarlos a una escuela para aprender, lo que consecuentemente repercute en el progreso del Nepal, tan duramente castigado por la pobreza.


Esta reflexión nos la repetimos día a día durante nuestra travesía. Aunque en ocasiones nuestro corazoncito no nos permitía seguir dichas premisas.




Las horas pasaban y el cansancio acumulado era ya agotador. Había quienes contaban con varias ampollas en los pies y decidimos acortar un tramo tomando un autobús local. La experiencia que vivimos en ese autobús fue, tal vez, la de mayor pánico sufrida en todo el viaje. El bús recorría senderos tan estrechos que parecía que las montañas quisieran acariciarlo por un lado y desprenderlo por el otro. Precipicios kilométricos asomaban al lado izquierdo del autobús. La velocidad era brutal, lo que sumado a las rocas existentes provocaba unos traqueteos que parecían que terminarían con el autobús volcado. Ángela y yo decidimos tomarnos las manos y agacharnos. No queríamos ver los desfiladeros.











En apenas media hora nos bajamos del autobús. El camino se hizo intransitable para los medios de transporte y tuvimos que seguir caminando. Sin embargo tampoco era tan fácil para nosotros. Tuvimos que andar, casi escalar, por laderas repletas de piedras. Cualquier tropiezo o cualquier pisada en falso era una caída mortal. En fila india y pisando dos y tres veces íbamos andando con precaución y sigilo. Hasta que comenzamos a escuchar: "Get out!!! get out!!!" Miramos hacia arriba. Una multitud de personas tiraban piedras para limpiar el sendero de los restos de rocas traídos por las lluvias monzónicas. El susto y la tensión fue en aumento. Pretendían que mientras ellos 'limpiaban' su camino nosotros nos quedábamos a medio andar en medio de un precipicio. "No way!!!", gritamos. Y así conseguimos que nos dejaron pasar antes de seguir tirando las piedras.




Así continuamos nuestro camino hasta que llegamos a un puesto de descanso. Decidimos picar algo, refrescarnos y negociar por un taxi que nos llevase hasta Tatopani. Estábamos muy cerca, pero nos habíamos quedado sin fuerzas después de andar durante 10 horas. Este fue el único momento en todo el viaje en el que nos sentimos timados. Fuimos conscientes, pero no nos quedaba otra. Nos pedían 30 euros por llevarnos hasta Tatopani. 30 euros que para nosotros no son nada, pero para adecuarlo a su nivel de vida hay que multiplicarlo por 10... ¿300 euros por un trayecto de 1 hora? Nos ofrecieron tomar un autobús a 2 euros por persona (precio 100% razonable), pero nos advertían que debíamos esperar a que el bus estuviera lleno, algo que probablemente no sucediera nunca, teniendo en cuenta que empezaba a anochecer así que tomamos el taxi.

Así nos dejaron en Tatopani. ¡Al fin! Buscamos un lodge, de reciente apertura, donde decidimos tomarnos unas cervezas antes de irnos a disfrutar de las tan famosas hot springs. Era una piscina compuesta por aguas a una temperatura altísima que emanaban de manera natural de la tierra. Allí iban muchos locales a por agua o a ducharse. Nosotras decidimos bañarnos con camiseta. No queríamos alterar demasiado el entorno. Nos tocaba descansar.







sábado, 24 de diciembre de 2011

CUARTO DÍA DE TREKKING. Lupra - Larjung. 24/08/2011

Amanecía en Nepal y aún seguía con nosotros el sentimiento de miedo. Las sensaciones del día anterior nos habían dejado en estado de shock. Y es que la noche previa habíamos quedado con un chico nepalí para evitar mayores problemas. Acordamos que él nos acompañaría hasta que consiguiéramos volver a la senda marcada para el trekking porque además teníamos que enfrentarnos nuevamente al turbio río. Y nos producía terror. No queríamos volver a vernos en la misma tesitura que la jornada anterior. Sin embargo, con el amanecer, el chico no apareció, nos había abandonado. No estábamos dispuestos a retornar solos así que intentamos convencer al joven que trabajaba en nuestro hotel y generosamente accedió a venir con nosotros.

Pasamos por unos precipicios increíbles y peligrosos. Cualquier traspiés era una muerte segura. Apenas cabía nuestro pie entero en la delgada línea que nos permitía seguir avanzando. Además la sujeción era mínima ya que todo estaba repleto de piedras sueltas que podían complicarnos la aventura. A pesar de todo, nuestro amigo nepalí iba con unas simples chanclas y deambulaba por las montañas como si sus sandalias fueran garzas aguerridas.


Pese a todo pronto conseguimos bajar a la altura del río, que conseguimos pasar gracias  a la ayuda de nuestro guía-acompañante. El agua estaba congelada.




Así continuamos nuestro camino solos. Los ánimos eran ya muy diferentes. Habíamos pasado el río y habíamos conseguido llegar nuevamente a la senda marcada. Pero habíamos perdido mucho tiempo el día anterior así que decidimos coger un autobús local que nos acercara al menos hasta Marpha, que es desde donde habíamos previsto llegar el día anterior.




Acuciábamos el cansancio. La jornada previa nos había dejado tocados. Pero ahora empezaba una nueva parte del trekking. Habíamos pasado la zona árida y ahora se abría ante nosotros un panorama verde y vistoso, que nos hacía pensar en paisajes más propios de la selva que del propio Himalaya. Comenzaban a asomar arrozales así como plantaciones de marihuana que aparecían de cualquier esquina.







Mientras tanto íbamos pasando por multitud de pequeñas aldeas, con apenas dos o tres calles, donde todos los lugareños mostraban una sonrisa y siempre nos saludaban con un 'Namaste!'. He viajado por muchos lugares del mundo y sin embargo he conocido a pocos pueblos tan agradecido y generoso como el nepalí. Además sus gestos y pequeñas costumbres no dejaban de sorprendernos. Por ejemplo, en las puertas de las casas era habitual ver a las mujeres expurgarse unas a otras los piojos.


La marcha avanzaba y con ella nuestro cansancio. Se acercaba la noche y empezamos a buscar algún sitio donde alojarnos. Nos encontrábamos lejos de los pueblos más amplios y con mayores posibilidades de alojamiento, lo que sumado a que era temporada baja, nos hizo realmente difícil encontrar algún lugar medio en condiciones donde pasar la noche.










Llegamos a Larjung a las puertas del anochecer. No nos atrevimos a seguir caminando por miedo a que la noche nos cayese encima. Así nos recorrimos los escasos tres lodges que había en esta pequeña aldea. Eran terriblemente dantescos así que dentro de lo malo elegimos los menos malos. Pagamos lo equivalente a 50 céntimos de Euro por habitación bajo el compromiso de comer algo por la noche allí. 

domingo, 11 de diciembre de 2011

TERCER DÍA DE TREKKING: Muktinath (Jarkot) - Lupra / 23-08-2011

Llegamos al ecuador del trekking. La jornada amanecía con mayor visibilidad que los días anteriores. La nubosidad monzónica nos daba una tregua y ya podíamos ver picos nevados. Eran las seis de la mañana y nuestro objetivo era llegar a Marpha, destino que alcanzamos dos días después.





Durante el día anterior, con las copitas de vino local, habíamos estado debatiendo el trayecto que haríamos al día siguiente. Los dos primeros días de subida los teníamos que bajar en esa misma jornada. Eso no significaba que la caminata fuese excesiva sino que tardamos dos días en subir de manera concienzuda para evitar el tan temido mal de altura. 

Cuando estuvimos en Pokhara compramos un mapa, a importante escala, del trekking que estábamos realizando y vimos que había un camino alternativo para hacer esta bajada. Por ese sendero no tendríamos que volver por los mismos paisajes que habíamos hecho los días anteriores y así podríamos dar rienda suelta a la aventura y experimentar nuevas vistas. Joserra se oponía. Debíamos cruzar el río en un par de ocasiones, según el mapa, y el primer día de trekking ya vimos que con el monzón iba muy avivado. Además tampoco sabíamos si existían puentes. Aun así decidimos aventurarnos y empezamos la caminata por el camino alternativo. Teníamos ante nosotros la jornada con las mejores vistas y con las vivencias más intensas.



Vivíamos unos días de enorme felicidad. Estábamos en el Himalaya y éramos conscientes, porque así nos lo hacíamos recordar cada día, que este viaje jamás lo olvidaríamos. Estábamos ascendiendo la cordillera que acerca el cielo al ser humano. Los pueblos de la montaña que tanto nos estaban enseñando. En definitiva, estábamos viviendo experiencias únicas en un marco inigualable.

Pero la felicidad, como siempre, estaba llena de pequeños cortocircuitos. Al enfrentarnos a un camino secundario las indicaciones y el propio sendero no estaban bien marcados. En cuanto salimos dudamos entre varios caminos, pero aún había gente alrededor a quien preguntar. Sin embargo a los 15 minutos ya no había nadie y tomamos el camino equivocado. 

Empezamos a cruzar el río con el consecuente protocolo: me quito zapatos, me remango, me los cuelgo al cuello, cruzo, me limpio los pies de barro, me pongo calcetines, zapatos, etc. 


Ese pequeño inconveniente no era más que una simple anécdota. Lo peor estaba aún por llegar. Tras pasar por ese riachuelo iniciamos la caminata por caminos embarrados por las lluvias monzónicas, a lo que habría que sumar los campos de arrozales. ¡Una odisea traspasar aquello! ¡Parecían arenas movedizas! Un simple paso hundía las botas casi hasta las rodillas y cuando querías salir parecías atrapado. Joserra se cayó. Y los barrizales parecían no terminar. Finalmente, tras una hora de verdadera angustia conseguimos llegar a una zona más seca. El problema estaba claro. Nos habíamos perdido y no sabíamos cómo seguir el camino. Además llevábamos unas tres horas andando y seguíamos muy cerca del pueblo donde habíamos pasado la noche. 



David decidió armarse de valor e iniciar una desesperante subida por si desde lo más alto podía vislumbrar algún sendero que estuviese marcado. Mientras, el resto esperábamos abajo impacientes. El nerviosismo provocó alguna pequeña disputa y algún que otro chillido. David de repente desapareció de nuestra vista. Comenzamos a chillar, pero no contestaba. Empezamos a asustarnos y a increparnos unos a otros. Debíamos volver por donde habíamos venido, aunque tuviéramos que pasar nuevamente por las 'arenas movedizas'. 

De repente David volvió a aparecer a nuestras vistas. Había encontrado un cabrero que le indicaba que el camino a Lupra era por donde él estaba andando. Teníamos que subir. Nos acababa de salvar, David y el cabrero, de volver sobre nuestros pasos. (La pequeña figura a lo alto de la montaña en la imagen era David).


El resto conseguimos subir. Allí seguía el cabrero charlando con David. Nuevamente nos indicó y decidimos continuar la marcha. Habíamos perdido demasiado tiempo.






Nuestro objetivo se encontraba a 3.700 metros de altura. Sabíamos que a partir de ahí el recorrido sería de bajada hasta Lupra. Nuestro destino estaba más cerca, pero ese día aprendimos que lo que para un cabrero del Himalaya se hace en una hora, para nosotros se hace en cuatro.


Al llegar a lo más alto vivimos un momento de euforia. Lo habíamos conseguido. Estábamos a 3.700 metros de altura y pese a todos los inconvenientes del día lo habíamos logrado. De todos modos no quisimos perder demasiado tiempo y pronto afrontamos el empinado descenso hacia Lupra. Las rodillas se resentían, pero la confianza en llegar pronto nos animaba. Ya veíamos el río a lo lejos. Y pronto vimos un caserón en pleno Himalaya.

"No way! No way!", nos gritaban insistentemente desde el caserón. Nosotros nos dirigíamos hacia el río para atravesarlo, pero comenzamos a dudar. ¿Querían decirnos que por ahí no era el camino correcto? Como ya habíamos andado demasiado en vano ese día decidimos acercarnos al caserón y preguntar. Más valía desviarnos un poco que andar en vano. Al llegar, un hombre mayor nos pidió unas 800 rupias por llevarnos a Lupra. Según este hombre el río no se podía atravesar y solo podríamos llegar a Lupra bordeando las montañas, algo que por nosotros mismos jamás podríamos conseguir.

Así fue como pronto comenzamos nuevamente a discrepar. Ángela y Joserra querían evitar problemas e irnos con él, pero David y yo pensábamos que nos estaba tomando el pelo porque apenas 30 minutos antes, un par de cabreros jóvenes nos habían indicado que podíamos cruzar el río perfectamente ayudándonos de los palos.

Finalmente decidimos obviar al hombre mayor y seguir nuestro camino. Afrontábamos otra bajada imponente, pero nuestro destino estaba ya muy cerca.


Ahí empezó nuestro verdadero calvario. El caudal del río hacía imposible cruzarlo. Podíamos hacerlo, pero nos arriesgábamos a caer por la fuerza del agua y que las consecuencias fueran terribles. Solo había dos opciones. O jugarnos la vida cruzando o volver al caserón y pagarle al anciano las 800 rupias para que nos llevara a Lupra. Investigamos los márgenes del río. Pero no había muchas posibilidades. El agobio iba en aumento y los reproches también. David y Joserra, intentando buscar alternativas, se metieron en el lodo a más allá de las rodillas. No podían salir porque a cada impulso se enterraban más. Ahí fue cuando decidimos volver. No podíamos seguir jugando a ser Indiana Jones cuando nuestras experiencias por las montañas se resumían a mirarlas a través de una chimenea en casas de campo rurales de España.

La vuelta fue desesperante. No teníamos agua. Empezaba a anochecer y las fuerzas eran inexistentes. El propio cansancio hacía que no pudiéramos responder de nuestro cuerpo y, en ocasiones, nos "asomábamos" demasiado a la ladera. No podíamos controlar el cuerpo. Llevábamos 10 horas andando sin parar por el Himalaya sin ni siquiera haber parado a comer. Joserra tenía los labios blancos. Un claro síntoma de deshidratación. Pese a ello, sacó fuerzas de flaqueza y dirigió al grupo hasta el caserío. 

"Help! Please help!", gritaba incesantemente. Pero allí no había nadie. El agobio hizo asomar algunas lágrimas.  La desesperanza se había adueñado de nosotros. Se hacía de noche y no podíamos retroceder. Era impensable andar otras 10 horas consecutivas y más con la noche encima. Cruzar el río tampoco era una opción. Y nadie aparecía ya por las montañas. El resto seguíamos subiendo esperando que Joserra nos diese alguna buena noticia. Pero esta no llegaba.

De repente escuchamos. "Allí hay alguien. HEEEEEEELPPPPP!!!!", gritó Joserra desesperadamente. Eso nos dio fuerzas para terminar el ascenso. El hombre mayor acompañado por dos jóvenes y un cabrero estaban dentro de la casa y salían con nuestros chillidos. Se acercaron de inmediato porque al llegar a la casa los cuatro nos tiramos al suelo. ¡¡¡NO PODÍAMOS MÁS!!! Nos dieron una botella de agua enseguida. No nos importó ni chupar de ella después de haber tenido mil cuidados hasta con el agua embotellada. En esta ocasión era señal de supervivencia. Uno de los cabreros se ofreció a llevarnos rodeando las montañas, tal y como el hombre mayor nos dijo. Teníamos que emprender el viaje pronto. La noche caía y estábamos aún a dos horas. Volvimos a beber e iniciamos el viaje. Ya relajados. Habíamos encontrado un salvador en las montañas. Desde ese momento sabíamos que ese hombre nos estaba salvando la vida. Teníamos mucho que agradecerle.





Junto a nuestro amigo nepalí pasamos por zonas nada turísticas, repletas de belleza y con multitud de fósiles. Este chico caminaría dos horas para dejarnos en Lupra y entonces retornar por el mismo camino otras dos horas, recoger sus cabras y volver a su pueblo, a tres horas de allí. Y pese a ello lo hizo por nosotros. Sin pedirnos nada a cambio. Este hombre nos demostró cuánto teníamos que aprender de ellos. Su humildad, nobleza y generosidad nos llevó a un camino de dos horas en el que nos cuestionamos nuestra forma de vida. El mundo occidental está inmerso en una burbuja egoísta y narcisista en la que no vemos más allá de nuestros ridículos problemas, en la mayoría de ocasiones. Una cura de  humildad fue lo que supuso esa jornada para nosotros.



A la llegada a Lupra nos dirigió directamente al único lodge existente en esa pequeña aldea. Además se encontraba cerrado porque lo estaban preparando para la temporada alta, ya que era de reciente construcción. Nosotros lo estrenamos. 

A la noche era todo tan lúgrube, que después de esa triste jornada decidimos pasar la noche en una misma habitación charlando de todo lo acontecido. La imagen era desoladora. Ratas pululando por fuera de la habitación y unas camas  un tanto tétricas. No teníamos más remedio que dormir allí. Pese a todo nos supo a gloria. Habíamos conseguido llegar. Exhaustos, llenos de barro, hambrientos y con una sed terrible, pero llegamos. Ahora solo tocaba descansar.