El sexto día de trekking no tenía ya nada de ruta. Era el día en que debíamos tomar un taxi hacia Nayapul y de ahí cambiar de transporte hasta Pokhara, lugar de partida y llegada de todos los trekkings de la región del Annapurna. En esta ocasión madrugamos, pero no sabíamos seguro dónde tomaríamos el taxi hacia Nayapul.
Bajamos de inmediato a la única carretera del pueblo. Allí nos encontramos nuevamente a nuestras amigas rusas, con la que ya habíamos coincidido en varios sitios durante nuestra travesía. Pero ellas estaban tan perdidas como nosotros. De repente vimos aparcado el taxi con el que habíamos llegado el día anterior: "Y con el que nos habían timado", pensamos todos al unísono. La actitud chulesca del chico que gestionaba el taxi nuevamente nos frustró. El día anterior jugó con la baza de ser el único en la zona, y nuevamente tenía la sartén por el mango. El chico vestía unos levis, se cepillaba los dientes ante nosotros y gestionaba unos taxis que él nunca conducía. En definitiva, un nepalí para nada al uso.
El taxi lo cogimos finalmente junto a las chicas rusas. Los seis iniciamos el trayecto, de apenas un par de horas, en el que se iban sumando personas de la zona que recorrían distancias más pequeñas. Bien porque se trasladan entre poblados para hacer la compra o ... ¡Vete a saber! El caso es que partimos pensamos que contratábamos un taxi para los seis, y terminó siendo un autobús en el que iban subiendo y bajando personas sin cesar.
La llegada a Nayapul fue prácticamente el fin del Himalaya. Ya pisábamos un suelo más urbano, aunque tampoco la diferencia era excesiva. Al menos la plaza principal estaba repleta de autobuses y taxistas que se agolparon ante nosotros, presionándonos para que contratáramos sus servicios para llegar a Pokkara. En este caso la diferencia entre los autobuses y los taxis era de apenas un par de euros por persona. A esas alturas del viaje, y del trekking, no íbamos a ponernos ratas así que decidimos tomarnos un descanso para refrescarnos y pronto negociamos un taxi para alcanzar Pokkara (20 euros). Por cierto, un detalle curioso. Las botellas de refresco las sirven con pajita a modo de higiene.
El trayecto en taxi fue de unas 4 horas, donde nuestro taxista nos deleitó con canciones de Enrique Iglesias. La senda, sobretodo al inicio, era bastante estrecha y se encontraba embarrada al máximo como consecuencia de las lluvias torrenciales que trae el monzón. Incluso en una ocasión nos vimos obligados a bajarnos del coche para ayudar a un autobús a pasar por intransitables caminos.
Al llegar a Pokkara fuimos a darnos una ducha y directos a tomarnos unas copas a nuestro inolvidable Busy Bee. Aunque el cansancio hizo pronto mella en nosotros. Cenamos en seguida y nos fuimos a descansar.
Bajamos de inmediato a la única carretera del pueblo. Allí nos encontramos nuevamente a nuestras amigas rusas, con la que ya habíamos coincidido en varios sitios durante nuestra travesía. Pero ellas estaban tan perdidas como nosotros. De repente vimos aparcado el taxi con el que habíamos llegado el día anterior: "Y con el que nos habían timado", pensamos todos al unísono. La actitud chulesca del chico que gestionaba el taxi nuevamente nos frustró. El día anterior jugó con la baza de ser el único en la zona, y nuevamente tenía la sartén por el mango. El chico vestía unos levis, se cepillaba los dientes ante nosotros y gestionaba unos taxis que él nunca conducía. En definitiva, un nepalí para nada al uso.
El taxi lo cogimos finalmente junto a las chicas rusas. Los seis iniciamos el trayecto, de apenas un par de horas, en el que se iban sumando personas de la zona que recorrían distancias más pequeñas. Bien porque se trasladan entre poblados para hacer la compra o ... ¡Vete a saber! El caso es que partimos pensamos que contratábamos un taxi para los seis, y terminó siendo un autobús en el que iban subiendo y bajando personas sin cesar.
La llegada a Nayapul fue prácticamente el fin del Himalaya. Ya pisábamos un suelo más urbano, aunque tampoco la diferencia era excesiva. Al menos la plaza principal estaba repleta de autobuses y taxistas que se agolparon ante nosotros, presionándonos para que contratáramos sus servicios para llegar a Pokkara. En este caso la diferencia entre los autobuses y los taxis era de apenas un par de euros por persona. A esas alturas del viaje, y del trekking, no íbamos a ponernos ratas así que decidimos tomarnos un descanso para refrescarnos y pronto negociamos un taxi para alcanzar Pokkara (20 euros). Por cierto, un detalle curioso. Las botellas de refresco las sirven con pajita a modo de higiene.
El trayecto en taxi fue de unas 4 horas, donde nuestro taxista nos deleitó con canciones de Enrique Iglesias. La senda, sobretodo al inicio, era bastante estrecha y se encontraba embarrada al máximo como consecuencia de las lluvias torrenciales que trae el monzón. Incluso en una ocasión nos vimos obligados a bajarnos del coche para ayudar a un autobús a pasar por intransitables caminos.
Al llegar a Pokkara fuimos a darnos una ducha y directos a tomarnos unas copas a nuestro inolvidable Busy Bee. Aunque el cansancio hizo pronto mella en nosotros. Cenamos en seguida y nos fuimos a descansar.